Tiempo de Cuaresma - Ciclo C -
"El Padre Misericordioso"
6/03/16
Lc 15, 1-3; 11-33
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Reflexión:
Sin misericordia no es posible
Adolfo Chércoles hace una sugerente exégesis de la parábola del hijo pródigo, ... destacando la actitud misericordiosa del Padre frente a sus vástagos en el contexto del Jubileo de la Misericordia. El padre tiene dos hijos que desconocen su corazón, lo más esencial y específico de su persona. El menor recibe la herencia y corta la relación con su progenitor, hasta que de una manera interesada regresa a casa hambriento y con la dignidad prácticamente perdida. El padre no le reprocha, hace fiesta, le devuelve sus atributos de filiación. El padre le mira de una manera única que genera la emoción y la alegría del que la percibe: “lo vio y se conmovió”....
Con la humildad de quien sabe que no es digno de ser llamado “hijo”, podemos decidirnos también nosotros a ir a llamar a la puerta de la casa del Padre: ¡Qué sorpresa descubrir que Él está en la ventana mirando el horizonte, porque espera siempre nuestro regreso! “Cuando todavía estaba lejos, el Padre lo vio y conmovido corrió a su encuentro, se echó a su cuello y lo besó” (Lc 15,20).
...
Al llegar el hijo mayor y enterarse de lo sucedido y, sobre todo, de la actitud benevolente del padre, se siente “ofendido”·: su “fidelidad” a ultranza parece no haber servido de nada. Mientras él no ha recibido ni un “cabrito”, la vuelta del disoluto ha llegado al extremo de matar hasta el “ternero cebado”. La actitud del hijo mayor es censurar al padre su generosidad, su inmensa misericordia. ¿No es quizá la actitud que hubiésemos tenido nosotros? Nuestra relación con los demás no es recuperadora, sino competitiva y excluyente. Nuestra “justicia” empieza y se acaba en nosotros mismos. Es incompatible con la misericordia. ¡Todos hubiésemos dicho con el hijo mayor que el padre aquel no era justo haciendo lo que había hecho!
¿Fue “injusto” el padre? Su salida en busca del “bueno” porque no quería entrar a la fiesta es el momento aciago de la escena: claramente le dice al padre por qué no quiere entrar: se siente discriminado, él tan cumplidor, “y ahora que ha venido ese hijo tuyo…”. ¡No dice “mi hermano”! ¡Es incapaz de llamar a su padre, padre nuestro!
La desventura del padre es su impotencia ante la negativa de uno de sus hijos de disfrutar en una fiesta por la recuperación de “este hermano tuyo que estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. ¡No hay posibilidad de encontrarse con este Padre sin sentirse hermano de su otro hijo, que está llamado a la recuperación! La parábola no nos dice si entró. ¿Estamos nosotros dispuestos a entrar? Posiblemente la escena evangélica tenemos que culminarla nosotros, y parece que sin misericordia no es posible.
...
Animo a leer o releer en estos días cuaresmales El regreso del hijo pródigo... Un buen ejercicio cuaresmal puede ser releer en esta clave las fases de nuestra vida: la experiencia de ser el hijo más joven, la molesta pregunta sobre si no seré también el hijo mayor, la llamada que más nos desconcierta: ser el propio padre. Ahora es momento de regresar:
Regreso.
No sé bien de dónde:
¿de la escasez y de la vergüenza,
o quizá de creer que lo merezco todo
sin reconocerte mínimamente?
Regreso para comprobar de nuevo
tu abrazo sincero,
tu acogida incondicional de Padre bueno.
Regreso a la fiesta del encuentro.
Vengo con vergüenza,
sé que no lo merezco
pero estoy tan vacío
que casi loco me he vuelto.
Regreso.
Fui demasiado altivo,
me creí el centro del mundo
y ahora compruebo
que solo Tú eres mi único rumbo.
Regreso.
Quiero abrazarte
y abrazar a mi hermano.
Da lo mismo el sentido de nuestro pecado,
nos alejamos de Ti
y ahora reconciliarnos es pura alegría,
que une la separación
gracias a un misterioso vuelco:
el de tu misericordia y tu amor.
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