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Es importantísima la transmisión de la fe que hagan los catequistas como agentes pastorales, y se ve la urgencia de responder a los nuevos desafíos con formas de acción pastoral de una tonalidad más misionera. Sólo así saldremos al paso de la dificultad que todos sentimos para transmitir la fe a las nuevas generaciones. Si no respondemos con prontitud y celo apostólico muchos niños no llegarán nunca a conocer ni a vivir las exigencias de su bautismo.
En esta línea, el camino que la Iglesia nos señala es que tenemos que aprender a vivir todos como miembros de una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera.
No cabe un evangelizador que no sea testigo. El catequista debe dar catequesis dando testimonio de una manera sencilla y directa de Dios. Su testimonio debe ser de una vida entregada a Dios en comunión con la Iglesia.
El hombre de hoy escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio.
Hoy tal y como está la sociedad, el testimonio de vida coherente es una condición para que la evangelización tenga efecto, llegue a todos.
El mundo anhela personas con una vida sencilla, personas de oración que sepan practicar la caridad y misericordia y se entreguen a los demás renunciando a uno mismo. Vivir la vida con un sentido de trascendencia, así se abrirán los corazones de los hombres de nuestro tiempo y estarán más dóciles a recibir la catequesis.
La misión primordial de la Iglesia es anunciar a Dios, ser testigo de El ante el mundo. Se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios y su designio de amor y salvación en favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló.
Como decía C.H Spurgeon:
“Que el principal sermón de tu vida lo predique tu conducta”
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