CARTA DEL
CARDENAL J. M.BERGOGLIO A LOS CATEQUISTAS
En el día de la fiesta litúrgica de San Pio X, patrono de los catequistas, el
arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina , cardenal Jorge Bergoglio, escribió una
carta para todos los catequistas.
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel…” (Lc. 1, 39)
Queridos catequistas:
Ya es costumbre de muchos años que, ante la proximidad de la fiesta de San Pío
X, les escriba una carta. Por medio de ella quiero saludarlos en su día,
agradecerles el trabajo silencioso y fiel de cada semana, la capacidad de
hacerse samaritanos que hospedan desde la fe, siendo rostros cercanos y corazones
hermanos que permiten trasformar, de alguna manera, el anonimato de la gran
ciudad.
Este año, el día del catequista nos encuentra ante un acontecimiento de gracia
que ya empezamos a gustar. Dentro de dos meses comenzará el Año de la Fe que nuestro Papa Benedicto
XVI ha convocado para “iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el
entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…” (Carta Apostólica Porta Fidei,
PF 2)
Será ciertamente un año jubilar. De ahí la invitación que el mismo Papa nos
hace a atravesar la “Puerta de la
Fe ”. Atravesar esta puerta es un camino que dura toda la
vida pero que en este tiempo de gracia todos estamos llamados a renovar. Por
esto me nace en este año exhortarlos, como pastor y como hermano, a que se
animen a transitar el tiempo presente con la fuerza transformadora de este
acontecimiento.
Todos recordamos la invitación tantas veces repetidas del Beato Juan Pablo II:
“Abran las puertas al Redentor”. Dios nos exhorta nuevamente: Abran las puertas
al Señor: la puerta del corazón, las puertas de la mente, las puertas de la
catequesis, de nuestras comunidades… todas las puertas a la Fe.
Un sí que la Virgen Madre
supo dar en la plenitud de los tiempos, en aquella humilde aldea de Nazareth,
para que se empezara a entretejer la alianza nueva y definitiva que Dios tenía
preparada, en Jesús, para la humanidad toda.
Siempre nos hace bien volver nuestra mirada a la Virgen. Más a quienes,
de una u otra manera, se nos confía la tarea de acompañar la vida de muchos
hermanos, y así juntos, poder decirle sí a la invitación de creer.
Pero la catequesis se vería seriamente comprometida si la experiencia de la fe
nos dejara encerrados y anclados en nuestro mundo intimista o en las
estructuras y espacios que con los años hemos ido creando. Creer en el Señor es
atravesar siempre la puerta de la fe que nos hace salir, ponernos en camino,
desinstalarnos... No hay que olvidar que la primera iniciación cristiana que se
dio en el tiempo y en la historia culminó en misión... que tuvo las
características de visitación. Con toda claridad nos dice el relato de Lucas:
María se puso en camino con rapidez y llena del Espíritu.
La experiencia de la Fe
nos ubica en Experiencia del Espíritu signada por la capacidad de ponerse en
camino... No hay nada más opuesto al Espíritu que instalarse, encerrarse.
Cuando no se transita por la puerta de la
Fe , la puerta se cierra, la Iglesia se encierra, el
corazón se repliega y el miedo y el mal espíritu “avinagran” la Buena Noticia.
Cuando el Crisma de la Fe
se reseca y se pone rancio el evangelizador ya no contagia sino que ha perdido
su fragancia, constituyéndose muchas veces en causa de escándalo y de
alejamiento para muchos.
El que cree es receptor de aquella bienaventuranza que atraviesa todo el
Evangelio y que resuena a lo largo de la historia, ya en labios de Isabel:
“Feliz de ti por haber creído”, ya dirigida por el mismo Jesús a Tomás:
“¡Felices los que creen sin haber visto!”
Es bueno tomar conciencia de que hoy, más que nunca, el acto de creer tiene que
trasparentar la alegría de la
Fe. Como en aquel gozoso encuentro de María e Isabel, el
Catequista debe impregnar toda su persona y su ministerio con la alegría de la Fe. Permítanme que
les comparta algo de lo que los Obispos de la Argentina escribimos
hace unos meses en un documento en el que bosquejamos algunas orientaciones
pastorales comunes para el trienio 2012-2015:
“La alegría es la puerta para el anuncio de la Buena Noticia y
también la consecuencia de vivir en la fe. Es la expresión que abre el camino
para recibir el amor de Dios que es Padre de todos. Así lo notamos en el
Anuncio del ángel a la
Virgen María que, antes de decirle lo que en ella va a
suceder, la invita a llenarse de alegría. Y es también el mensaje de Jesús para
invitar a la confianza y al encuentro con Dios Padre: alégrense. Esta alegría
cristiana es un don de Dios que surge naturalmente del encuentro personal con
Cristo Resucitado y la fe en él”
Por eso me animo a exhortarlos con el Apóstol Pablo: Alégrense, alégrense
siempre en el Señor… Que la catequesis a la cual sirven con tanto amor esté
signada por esa alegría, fruto de la cercanía del Señor Resucitado (“los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”, Jn. 20,20), que
permite también descubrir la bondad de ustedes y la disponibilidad al llamado
del Señor…
Y no dejen nunca que el mal espíritu estropee la obra a la cual han sido
convocados. Mal espíritu que tiene manifestaciones bien concretas, fáciles de
descubrir: el enojo, el mal trato, el encierro, el desprecio, el ninguneo, la
rutina, la murmuración, el chismerío…
Ella literalmente se puso en camino para acortar distancias. No se quedó en la
noticia de que su parienta Isabel estaba embarazada. Supo escuchar con el
corazón y por eso conmoverse con ese misterio de vida. La cercanía de María
hacia su prima implicó un desinstalarse, no quedarse centrada en ella, sino
todo lo contrario. El sí de Nazaret, propio de toda actitud de fe, se transformó
en un sí que se correspondió en su actuar… Y la que por obra del Espíritu Santo
fue constituida Madre del Hijo, movida por ese mismo Espíritu se transformó en
servidora de todos por amor a su Hijo. Una fe fecunda en caridad, capaz de
incomodarse para encarnar la pedagogía de Dios que sabe hacer de la cercanía su
identidad, su nombre, su misión: “y lo llamará con el nombre de Emanuel”
“El Dios de Jesús se revela como un Dios cercano y amigo del hombre. El estilo
de Jesús se distingue por la cercanía cordial. Los cristianos aprendemos ese
estilo en el encuentro personal con Jesucristo vivo, encuentro que ha de ser
permanente empeño de todo discípulo misionero. Desbordado de gozo por ese
encuentro, el discípulo busca acercarse a todos para compartir su alegría. La
misión es relación y por eso se despliega a través de la cercanía, de la
creación de vínculos personales sostenidos en el tiempo. El amigo de Jesús se
hace cercano a todos, sale al encuentro generando relaciones interpersonales
que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad. De la amistad
con Jesucristo surge un nuevo modo de relación con el prójimo, a quien se ve
siempre como hermano. (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)
Cercanía que, me consta, se hace presente muchas veces en los encuentros
catequísticos de Ustedes, en la diversas edades en que les toca acompañar los
procesos de fe (niños-jóvenes-adultos). Pero siempre se nos puede filtrar el
profesionalismo distante, la desubicación de creernos los “maestros que saben”,
el cansancio y fatiga que nos baja las defensas y nos endurece el corazón...
Recordemos aquello tan hermoso de la 1° Carta de Pablo a los cristianos de
Tesalónica: “…fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que
alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que
deseábamos entregarles, no solamente la buena noticia de Dios, sino también
nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.” (1Tes. 2, 7-8)
Pero además, les pido que, no vean reducido su campo evangelizador a los
catequizandos. Ustedes son privilegiados para contagiar la alegría y belleza de
la Fe a las
familias de ellos. Háganse eco en su pastoral catequística de esta Iglesia de
Buenos Aires que quiere vivir en estado de misión.
Miren una y mil veces a la
Virgen María. Que ella interceda ante su Hijo para que les
inspire el gesto y la palabra oportuna, que les permita hacer de la Catequesis una Buena
Noticia para todos, teniendo siempre presente que la “Iglesia crece, no por
proselitismo, sino por atracción”.
Soy consciente de las dificultades. Estamos en un momento muy particular de
nuestra historia, incluso del país. El reciente Congreso Catequístico Nacional
realizado en Morón fue muy realista en señalar las dificultades en la
transmisión de la fe en estos tiempos de tantos cambios culturales. Quizás en
más de una oportunidad el cansancio los venza, la incertidumbre los confunda e
incluso lleguen a pensar que hoy no se puede proponer la fe, sino solamente
contentarse con transmitir valores…
Por eso mismo, nuestro Papa Benedicto XVI nos invita a atravesar juntos la
puerta de la Fe. Para
renovar nuestro creer y en el creer de la Iglesia seguir haciendo lo que ella sabe hacer,
en medio de luces y sombras. Tarea que no tiene origen en una estrategia de
conservación, sino que es raíz de un mandato del Señor que nos da identidad,
pertenencia y sentido. La misión surge de una certeza de la fe. De esa certeza
que, en forma de Kerygma, la
Iglesia ha venido trasmitiendo a los hombres a lo largo de
dos mil años.
Certeza de la fe que convive con mil preguntas del peregrino. Certeza de la fe
que no es ideología, moralismo, seguridades existenciales… sino el encuentro
vivo e intransferible con una persona, con una acontecimiento, con la presencia
viva de Jesús de Nazareth.
Por eso, me animo a exhortarlos: vivan este ministerio con pasión, con
entusiasmo.
La palabra entusiasmo (ενθουσιασμός) tiene su raíz en el griego “en-theos”, es
decir: “que lleva un dios adentro.” Este término indica que, cuando nos dejamos
llevar por el entusiasmo, una inspiración divina entra en nosotros y se sirve
de nuestra persona para manifestarse. El entusiasmo es la experiencia de un
“Dios activo dentro de mí” para ser guiado por su fuerza y sabiduría. Implica
también la exaltación del ánimo por algo que causa interés, alegría y
admiración, provocado por una fuerte motivación interior. Se expresa como apasionamiento,
fervor, audacia y empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía, a
la frialdad y a la desilusión.
El “Dios activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en
Pentecostés, el Espíritu Santo: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha
prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza
que viene de lo alto.” (Lc 24, 49). Se realiza así lo anunciado por los
profetas, “les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les
arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en ustedes.” (Ez. 36, 26) (CEA, Orientaciones pastorales
para el trienio 2012-2015)
El entusiasmo, el fervor al cual nos llama el Señor, bien sabemos que no puede
ser el resultado de un movimiento de voluntad o un simple cambio de ánimo. Es
gracia... renovación interior, transformación profunda que se fundamenta y
apoya en una Presencia, que un día nos llamó a seguirlo y que hoy, una vez más,
se hace camino con nosotros, para transformar nuestros miedos en ardor, nuestra
tristeza en alegría, nuestros encierros en nuevas visitaciones…
Al darte gracias de corazón por todo tu camino de catequista, por tu tiempo y
tu vida entregada, le pido al Señor que te dé una mente abierta para recrear el
diálogo y el encuentro entre quienes Dios te confía y un corazón creyente para
seguir gritando que El está vivo y nos ama como nadie. Hay una estampa de María
Auxiliadora que dice: “Vos que creíste, ayudame!” Que Ella nos ayude a seguir siendo
fieles al llamado del Señor…
No dejes de rezar por mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga
y la Virgen Santa
te cuide. Afectuosamente
Card. Jorge Mario Bergoglio
Buenos Aires, 21 de Agosto de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario