lunes, 15 de febrero de 2016

Evangelio según San Lucas 9, 28b-36 - "La Transfiguración de Jesús"

IIº Domingo
de Tiempo de Cuaresma - Ciclo C
"La Transfiguración de Jesús"
21 /02/16
Lc 9, 28b-36
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Reflexión
Entre el Tabor y lo cotidiano
En el segundo domingo de Cuaresma subimos con Jesús a la montaña a orar. Es en la oración donde acaece la transfiguración, un anticipo del Cristo glorioso. Podríamos pensar con la mentalidad práctica actual si era necesario que se pusiera a rezar. Sin embargo, es precisamente su oración la que nos revela su verdadera identidad. Es el Hijo que se recibe plenamente del Padre, y nos recibe con Él... 
El pasaje de este domingo es, además, escuela de escucha. Pedro, Juan y Santiago están invitados por el Padre a escuchar con toda su persona: “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. Es difícil vivir sin una luz que ilumine nuestra existencia, que pueble de sentido nuestros oídos, que caldee nuestros corazones y nos lance al compromiso.
... Ponernos en el lugar de Jesús, en ese momento de transfiguración, de luz, de felicidad. Y también en ese anuncio de su muerte en Jerusalén, sin quedarnos dormidos. Podemos decir que la vida cristiana es una experiencia a dos tiempos: es un proceso de transfiguración en el que está presente el componente de entrega, de sufrimiento, de compromiso. Felicidad y esfuerzo, Tabor y Calvario. No podemos potenciar solamente una de las dos dimensiones. Los seguidores de Jesús aceptamos la vida en lo que tiene de dolor, esfuerzo, camino, pero sin añadir más dureza a la existencia. Después de la escucha, hemos permanecer en el silencio ante el Misterio de lo que acontece y se desarrolla en la experiencia propia del Pueblo de Dios.
Bajar de la nube de la autosatisfacción
... Subamos, pues, en este tiempo de cuaresma a la montaña a orar, con Jesús, para tener la experiencia de su gloria y así poder afrontar los desafíos del día a día en el duro camino hacia la cruz. Necesitamos instantes de transfiguración: contemplar su luz resplandeciente que venza nuestra mirada miope y gris. Luz que ilumine la oscuridad que a veces parece envolver la realidad y el transcurrir diario. Y luego bajar del monte, porque lo nuestro no es estar arriba sino abajo, no quedarnos en las nubes sino convivir y comprometernos con los peregrinos de la tierra.
Pero no olvidemos las señales de Jesús, su invitación a que vayamos a lo esencial: el Padre. No podemos olvidar la fuente: Dios. A veces nos da reparo hablar de Él, no tanto de los pobres, del compromiso o de hacer cosas por los demás. Todo ello está ciertamente genial y es lo que debemos hacer. Pero sin olvidarnos de esos ratos de monte Tabor, de encuentro profundo que ensancha el alma y nos hace tender hacia un horizonte de esperanza ilimitado. Jesús nos señala al Padre. Jesús siempre nos ayuda a alcanzar la meta. Su orientación es auténtica, porque vive de la voluntad del Padre, está “agarrado” por el Abba. Entremos en las “señales” de Dios, respetémoslas, así seremos conducidos a la alegría de un Tabor sin fin, hecho de compromisos y gestos concretos, pero con Dios como fuente y fin.
Dibu: Patxi Velasco Fano      Texto: Fernando Cordero ss.cc.      Fuente: http://blogs.21rs.es/kamiano

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