lunes, 14 de octubre de 2013

Evangelio según San Lucas 18,1-8

29º Domingo
de Tiempo Ordinario - Ciclo C -
20/10/13
Lc 18,1-8
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Palabra del Señor 
Reflexión
Es muy interesante lo que nos dice san Lucas al inicio de esta exhortación: “Jesús –nos refiere— para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. El objetivo está bastante claro: quiere enseñarnos a orar siempre y con perseverancia, y a no cansarnos ante las dificultades, incluso cuando parezca que Dios no escucha nuestras plegarias.
Esta historia nos presenta a un juez inicuo, sin escrúpulos, despreocupado, injusto y sin ningún temor de Dios ni de los hombres. Y había también una pobre viuda, que acudía a él con frecuencia y le pedía que le hiciera justicia. El juez, altanero e irresponsable, al principio se negó y le dio largas al asunto. “¡Total, se trata de una pobre mujer, y además viuda!” –tal vez pensaría ese juez injusto—. En Israel, como en todo el antiguo Oriente, los huérfanos y las viudas eran el símbolo de la debilidad, pues no contaban con un padre o un esposo que pudiera protegerlos y velar por ellos.
Sin embargo, aquella mujer le seguía insistiendo. Y es impresionante la descripción que nos hace Jesús de ese juez: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres –se dijo— como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. Y es el mismo Señor quien pondera la actitud y la respuesta de este desalmado. Y enseguida viene la pregunta y la aplicación de Jesús: “pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan de día y de noche? Os digo que les hará justicia sin tardar”.
Está claro que Dios escuchará nuestras plegarias sólo si nosotros somos perseverantes y no nos cansamos de presentarle nuestras peticiones. Por supuesto que Dios no se identifica, absolutamente, con ese juez. La parábola nos impresiona por el contraste: si aquél, siendo tan canalla, atiende a la viuda porque se lo pide hasta hartarlo, ¿cómo no hará caso nuestro Padre celestial a las súplicas que le dirigimos, si Él es infinitamente bueno y generoso?
Debemos preguntarnos si nosotros, efectivamente, somos perseverantes en la oración, o si desistimos después de dos o tres intentos.


Momentos de Oración durante el Día

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